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Cáncer de cérvix

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Seguimiento

Aproximadamente el 30% de las pacientes con cáncer de cérvix sufrirán una recaída tras recibir un tratamiento óptimo. Hasta un 75% de las recidivas ocurren en los 3 años siguientes al diagnóstico. La localización más frecuente es pélvica y a nivel ganglionar paraórtico. El riesgo depende del estadio al diagnóstico.

Los protocolos de seguimiento tienen como objetivo detectar lo antes posible la recidiva de manera que pueda ser susceptible de recibir un tratamiento con intención curativa.
En el caso del cáncer de cérvix no ha demostrado su eficacia, esto hace que sea complicado establecer la periodicidad y saber cuales son las pruebas complementarias más adecuadas, habitualmente se hace en función al riesgo del paciente.

Existen ciertos síntomas ante los cuales la paciente se debe remitir a consulta para valoración ya que son sugestivos de recidiva incluyendo: sangrado vaginal, dolor pélvico o abdominal, síntomas urinarios, rectorragia o hematoquecia y alteraciones de tránsito gastrointestinal.

Cada revisión debe incluir una serie de preguntas que nos puedan hacer sospechar de una recidiva local como saber si ha presentado sangrados, dolor o secreción maloliente o recidiva sistémica como cansancio, aumento de dolor óseo, pérdida de peso, pérdida de apetito y cansancio. La determinación de marcadores tumorales no ha demostrado utilidad en el seguimiento. También se debe proceder a una exploración física con palpación de cadenas ganglionares y exploración abdominal, con revisión previa por parte de ginecología. La citología anual dependerá del tipo de tratamiento recibido previamente, no siendo aconsejable sistemáticamente en pacientes con radioterapia previa. Se recomienda la determinación de VPH ya que si es de un subtipo de alto riesgo está asociado a un mayor riesgo de recaída, sobre todo en aquellas pacientes sometidas a cirugías de preservación de fertilidad.

La primera revisión se recomienda a los 3-6 meses del fin de tratamiento, incluyendo una prueba de imagen PET-TC o TC de tórax-abdomen-pelvis para aquellas con un estadio FIGO II o superior.

Durante los dos primeros años a las pacientes de alto riesgo se recomienda examen físico y ginecológico cada 3 meses y si son de bajo riesgo de manera semestral. Desde los 3 hasta los 5 años seguimiento semestral y desde los 5 años revisión anual.

Se recomienda realizar Rx de tórax anual pero el resto de la pruebas complementarias deben ser en función de la sintomatología.

Efectos adversos a largo plazo del tratamiento

La radioterapia a largo plazo debilita los músculos del recto dando lugar a alteraciones del tránsito gastrointestinal, incontinencia o sangrado rectal.
Sobre unos dos años después del final de la radioterapia puede comenzar el linfedema en extremidades inferiores cuyo riesgo es mayor si dentro del tratamiento previo se llevó a cabo una linfadenectomía.

La quimioterapia también ocasiona efectos adversos que se inician durante el tratamiento con platinos y taxanos en forma de neuropatía sensitivo-motora. Esta puede remitir meses después de finalizar el tratamiento o persistir a largo plazo.

La histerectomía aumenta el riesgo de incontinencia urinaria y prolapso vaginal incluso años después de la cirugía por debilidad de los músculos del suelo pélvico. Se debe recomendar la realización de actividad física orientada a fortalecer esta musculatura.

Muchas de las pacientes tratadas son jóvenes y el tratamiento impacta en su vida sexual. Inicialmente la radioterapia puede provocar dolor, eritema o sangrado que con el tiempo dará lugar a una fibrosis de la vagina. Es importante animar a la pacientes a usar dilatadores plásticos desde que finaliza el tratamiento. Estas medidas facilitarán no sólo las relaciones sexuales sino también la exploración ginecológica. Hasta 5 años después de finalizar el tratamiento las pacientes se quejan de la falta de deseo o satisfacción con las relaciones. A nivel psicológico los principales problemas incluyen trastornos del estado de ánimo, estrés, ansiedad y pánico ante una posible recaída.


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